Ruta W. Irving

RUTA DE WHASINGTON IRVING

El testimonio de este viajero romántico, refleja la vida cotidiana en los lugares colombinos (Moguer y Palos de la Frontera) en el año 1828. Estuvo recorriendo en calesa  estas poblaciones desde el  martes 12 de agosto al jueves 14 de agosto de ese mismo año . El día que estuvo visitando Palos fue el miércoles 13 de agosto de 1828. Cuando escribe este relato en su diario reside en Sevilla y se acerca con el deseo de conocer los lugares en los que se gestó la aventura descubridora.

Miércoles, 13 de agosto de 1828

Esta mañana, a primera hora y con un día claro y radiante, he salido con don Juan Hernández (descendiente de la familia Pinzón), en mi calesa hacia Palos. 

Como la marea estaba baja, fuimos por la playa que bordea el río Tinto. El cuál quedaba a nuestra derecha, y a nuestra izquierda había una serie de dunas entre las cuales sobresalían unos promontorios cubiertos por viñedos e higueras. Pasamos por los alrededores de Palos y nos dirigimos al cortijo de la familia de D. Juan Hernández,  que está situado entre el pueblo y el río.

La casa está situada en una colina entre viñedos que pertenecen a los Pinzones y que cubren gran parte de lo que fuera el antiguo pueblo de Palos, convertido hoy en un pueblecito misérrimo. Detrás de estos viñedos, en la cresta de una distante colina, se ven las blancas paredes del Convento de La Rábida que se alza tras un sombrío pinar. Por debajo del cortijo corre el río Tinto donde Colón embarcó. Una baja lengua de tierra o mejor dicho, la barra de Saltés, separa a dicho río, del Odiel con el que muy pronto mezcla sus aguas para desembocar juntos en el océano. 

Las características del paisaje, tan hermoso y tranquilo, me tenían bajo su influjo y conforme paseaba por la desierta orilla al lado de un descendiente de los descubridores, una serie de emociones embargaron mi corazón y mis ojos se llenaron de lágrimas.

Lo que me sorprendió fue no encontrar vestigio de puerto alguno. No hay ni muelle ni embarcadero: en la arena seca de la bajamar sólo se veía el erguido casco de una barcaza que, según me dijeron, hace el transporte de viajeros hasta Huelva. Aunque, indudablemente, Palos ha ido disminuyendo desde su primitivo tamaño, nunca ha podido ser importante ni en extensión ni en población. Si alguna vez hubo almacenes en la playa, éstos han desaparecido. Según me cuenta don Juan, el pueblo tiene unos pocos cientos de habitantes que viven principalmente del trabajo en el campo, en los viñedos. La raza de mercaderes y marineros ha desaparecido. No hay barcos que pertenezcan al pueblo ni queda actividad comercial excepto en el tiempo de la fruta y del vino, cuando unos pocos místicos y otras barcas ligeras anclan en el río para recoger la cosecha de la comarca. La gente es ignorante y hasta es probable que en su mayor parte ni siquiera conozca el nombre de América. Así es el lugar de donde partió la aventura del descubrimiento de todo el mundo occidental.

Después de desayunar, partimos en la calesa para visitar el Convento de La Rábida que está como a media legua de distancia. El camino atravesaba las viñas y durante una parte del trayecto era un profundo arenal. El calesero se hacía cruces intentando comprender los motivos que podía tener un extranjero como yo para visitar un lugar como Palos, que él consideraba uno de los peores sitios del mundo entero. Este último esfuerzo a través de las arenas para llegar al viejo Convento de La Rábida le puso al límite de su comprensión. «¡Hombre¡, exclamó, ¡si es sólo una ruina¡». Está situado en un lugar solitario, en la cima de un promontorio que mira al oeste y domina un amplio espacio de mar y tierra, No hay nada destacable en la arquitectura del Convento. En parte es gótico pero ha sido reparado con frecuencia y blanqueado de acuerdo con la general costumbre andaluza heredada de los moros, y ha perdido el venerable aspecto que podía esperarse de su antigüedad. Nos bajamos en la misma puerta en la que Colón, como un pobre caminante en tierra extranjera, pidió pan y agua para su hijo. La entrada permanece claramente en el mismo estado de cuando aquella visita, aunque ya no hay portero a mano para satisfacer los deseos del caminante. Las puertas estaban abiertas de par en par y entramos en un pequeño patio, del cual, a través de un portal gótico, pasamos a la capilla sin que viéramos a ningún ser humano. Después atravesamos dos claustros con apariencia de abandono y ruina, igualmente vacíos y silenciosos. Después de recorrernos casi todo el edificio oyendo sólo el eco de nuestros propios pasos, llegamos a la puerta entreabierta de una celda por la que vimos a un monje escribiendo sobre una mesa. Se levantó y nos dio la bienvenida con suma cortesía, llevándonos ante su superior que estaba leyendo en la celda adyacente. Tanto uno como otro son bastantes jóvenes y junto con un novicio y un lego, que hace las veces de cocinero, constituyen toda la comunidad. 

Don Juan les dijo el objeto de mi visita y mi deseo de inspeccionar los archivos del Convento, para ver si había documentos relativos a la estancia de Colón entre estos muros. Nos comunicaron que los archivos habían sido totalmente destruidos por los franceses y que sólo les quedaba un sucinto memorial escrito por el fraile más joven, el cual había leído los archivos en profundidad, y en el que se recogen varios detalles relativos a las negociaciones de Colón en Palos, a su visita al Convento y a cuando su expedición se hizo a la mar.

El monje, pasó de su discurso sobre el tema de Colón a otro que él consideraba de mucho mayor interés: la milagrosa imagen de la Virgen que, conocida con el nombre de « Nuestra Señora de la Rábida », poseía el Convento. Nos contó la historia de la prodigiosa forma en la que había sido descubierta, enterrada en un lugar donde estuvo oculta durante siglos desde la conquista de España por los moros, y las numerosas disputas mantenidas con otros lugares de los alrededores por la posesión de la misma. También nos habló de la extraordinaria protección que había proporcionado a estos lugares, sobre todo en la prevención de la rabia tanto en los hombres como en los animales. Al parecer dicha enfermedad estaba tan extendida por la zona, que a este lugar se le llamaba de la Rabia, denominación que, gracias a la Virgen, no fue necesario seguir manteniendo. 

Los frailes, hasta donde alcanzaban sus pobres medios y escasos conocimientos, estuvieron dispuestos a hacer cualquier cosa para que se cumpliera el objetivo de mi viaje. Me mostraron todo el edificio, el cual no tiene mucho de que vanagloriarse a no ser por las connotaciones históricas con él relacionadas.

La biblioteca se reducía a unos cuantos volúmenes llenos de polvo, casi todos sobre temas eclesiásticos, apilados descuidadamente en un rincón de una sala abovedada, muy interesante en sí misma, situada en la parte más antigua del Convento.

El Convento, por su elevada y destacada situación, visible a una considerable distancia desde el mar, sirve de guía para los barcos que entran en estas costas. Por el lado opuesto se divisa un solitario camino a través de los pinos por el que el entusiasta portero del Convento, Fray Juan Pérez, partió a medianoche sobre su mula, camino del campamento de Fernando e Isabel en la Vega de Granada, para defender ante la reina el proyecto de Colón. Habiendo terminado la visita al Convento nos preparamos para partir y fuimos acompañados hasta el portal por los dos frailes. Nuestro calesero trajo su ruidoso e inestable vehículo para que nos montáramos y dirigirnos de nuevo al caserío de D. Juan. 

Cuando hubimos comido y dormido la siesta de acuerdo con la veraniega costumbre española, emprendimos el retorno a Moguer visitando las cuevas del río y el pueblo de Palos. Don Rafael se adelantó para hacerse con las llaves de la Iglesia y avisar al cura de nuestro deseo de consultar los archivos. Palos consta básicamente de dos calles de casas bajas y encaladas. Muchos de sus habitantes tienen un aspecto muy moreno que delata la mezcla de sangre africana que corre por sus venas.

Entrando en el pueblo, fuimos directos a la humilde casa del cura, quien era aficionado a los deportes campestres y le acababa de llegar la noticia de que había caza por los alrededores. Temeroso de que le priváramos de su correría, en cuanto nos vió abordó a mi acompañante de la siguiente manera: «Dios le guarde, señor don Juan. He recibido su mensaje y sólo tengo una respuesta. Los archivos fueron todos destruidos, no hay resto de nada de lo que ustedes puedan buscar. Nada de nada, Don Rafael tiene la llave de la Iglesia donde pueden ustedes ver todo lo que deseen. Adiós, caballero». 

Yendo hacia la iglesia pasamos junto a las ruinas de lo que fuera una hermosa y espaciosa casa, de un tamaño muy superior a las del resto del pueblo. Según me dijo don Juan, era una antigua propiedad de su familia que, desde que se trasladaron a Moguer, había caído en ruina por falta de inquilino que la arrendara. Probablemente en tiempos de Colón fue la vivienda de Martín o de Vicente Yáñez Pinzón. Llegamos a la Iglesia de San Jorge por el pórtico en el que Colón, por primera vez, hizo pública a los habitantes de Palos la orden de los soberanos que les obligaba a suministrarle barcos para su gran viaje del descubrimiento. El edificio ha sido recientemente muy restaurado por lo cual, dado lo sólido de la construcción, es presumible que permanecerá durante siglos como monumento en homenaje a los descubridores. Se levanta en las afuera s del pueblo, sobre una colina, mirando hacia un pequeño valle que llega hasta el río. En otra época anterior, esta iglesia fue una mezquita como lo prueban los restos de un arco árabe que aún se pueden ver en ella. Por encima de la Iglesia, en la cima de la colina, están las ruinas de un castillo moro.

Me detuve en el pórtico y me esforcé en recordar la curiosa escena que allí tuvo lugar cuando Colón, acompañado por el entusiasta Fray Juan Pérez, hizo que el escribano leyera la Orden Real, en presencia de los asombrados alcaldes, regidores y alguaciles. No es fácil llegar a imaginarse la consternación que debió provocar en este remoto y pequeño pueblo la súbita aparición de un extranjero portando una orden por la que los habitantes del lugar deberían poner sus personas y barcos a su disposición y echarse a la mar con él, camino de la desconocida inmensidad del Océano.

En el interior de la Iglesia no hay nada destacable excepto una imagen en madera de San Jorge venciendo al dragón, situada en el altar mayor y que es objeto de admiración de la gente sencilla de Palos, que la sacan en solemne procesión por las calles el día de su fiesta. La imagen ya existía en los tiempos de Colón pero ahora tiene un aspecto de renovada juventud y esplendor, debido a que ha sido recientemente pintada y dorada. 

Una vez que terminamos la visita a la Iglesia, volvimos a tomar nuestros asientos en la calesa y retornamos a Moguer.

PROPUESTA DE RUTA DE WASHINGTON IRVING: 

En nuestra propuesta de ruta, nos centraremos en los lugares que visitó Washington Irving en su visita a Palos y Moguer como lugares colombinos. Concretamente se ajustará al día 13 de agosto de 1882, ya que ese día fue cuando visitó Palos. 

La ruta será un recorrido lineal desde La Rábida a Palos que se sugiere que se realice a pié o en bicicleta, visitando los siguientes puntos:

  • El recorrido se iniciará en el Monasterio de La Rábida.
  • Para dirigirnos a Palos, emprenderemos nuestra ruta desde la cruz que se situa en la puerta del Monasterio.
  • Bajaremos por la Avenida de los descubridores y nos dirigiremos hacia el Muelle de Las Carabelas.
  • Desde el Muelle de las Carabelas, emprenderemos el camino hacia Palos por el camino de arena que discurre en paralelo al río tinto, en el margen derecho del mismo.
  • Al finalizar el discurrir de este camino, llegaremos a la rotonda del Muelle de La Calzadilla (ya en Palos),  y desde este punto encontraremos otro desvío que nos llevará al caserío de Don Juan Hernández (descendiente de la familia Pinzón que se encontraba afincado en Moguer en tiempos de la visita de Washintong Irving). 
  • Continuaremos por ese mismo camino del caserio que desembocará en la Avenida de América.
  • Desde la Avenida de América, nos dirigiremos hacia la calle Rábida y subir por la calle Cristóbal Colón para pasar por la Casa de los Hermanos Pinzón.
  • Tras visitar la casa de los Hermanos Pinzón, nos dirigiremos hacia la Iglesia de San Jorge Mártir para visitarla y será donde finalizaremos la Ruta de Washinton Irving a pie o en bicicleta.

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